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La dignidad no se le pide a nadie | La Furia del Libro 2020

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A diferencia de años anteriores, cuando llegaban los expositores y los mesones todavía no estaban instalados, cuando aparecían los lectores y todavía no teníamos el audio, se nos venía la feria encima y jamás hubiese imaginado una inauguración que supliera la ceremonia de correr a través del GAM con todo nuestro equipo. A diferencia de años anteriores, en este año perturbador, curiosamente podemos encontrarnos acá para iniciar esta feria editorial.

La Furia del Libro es un festival literario. Por esa razón quisiera usar este pequeño espacio, aprovechar el privilegio del aire libre, abusar de los bits que llegan a través de YouTube, para cargar de significado una palabra. Una palabra que quizás no tenía cabida en nuestro lenguaje cotidiano o que si la usábamos era en una ironía, una burla o se oía solamente bajo desesperación en las noticias exhibicionistas.

¿Qué es realmente la dignidad? ¿Por qué le pusimos así a una plaza y salimos a exigirla? ¿Salimos a exigirla? Para seguir, voy a tener que citar a Kant: “En el reino de los fines todo tiene o un precio o una dignidad. Aquello que tiene precio puede ser sustituido por algo equivalente, en cambio, lo que se halla por encima de todo precio y, por tanto, no admite nada equivalente, eso tiene una dignidad”.

Las últimas décadas nos han sumergido en un sistema de trabajo y relaciones que insiste en mercantilizarnos. Somos una pieza de una máquina en la que debíamos ser quizá el insumo principal. La jerarquía impuesta desde el poder político y económico, que son uno solo, se ha desempeñado en observarnos y definirnos e imponernos un lenguaje en el que las otras personas son calculables y tienen un valor. Caminando por la calle eres una deuda, si tienes sed serás una merma para la producción de paltas o cerezos exportables. Si por casualidad envejeciste, eres una carga para la perfecta fórmula previsional, porque la estabilidad de ella es más importante que la tuya.

Fue necesario que los jóvenes, libres de la desilusión y el miedo que nos impusieron oscuras décadas anteriores, saltaran los torniquetes. Entonces nos llenaron de carabineros las estaciones de metro, las cerraron haciéndonos caminar. Si no van a hacer filas para pagarnos lo que pedimos, dijeron, caminen. Si no nos sirven, sufran. Sus vidas no nos interesan mientras no puedan proveer lo que el mercado necesita de vosotros. ¿Cómo llamamos a eso sino explotación?

Pero no éramos lo que dijeron que éramos. No éramos hombres en edad laboral, ni mujeres en edad de concebir. Somos seres llenos de todo y abiertos para llenarnos de todo lo que no tenemos. Somos capaces de conocer y de inventar, de cambiar y, lo hemos visto, somos capaces de exigir.

Pero la dignidad no. La dignidad no se le pide a nadie. No viene de afuera. No me la van a dar ellos que solo pueden quitarme el metro. La dignidad es nuestra, porque como seres humanos somos un fin en sí mismo y no tenemos ningún valor comercial que se nos pueda atribuir. La dignidad la experimentamos. Y una vez despierta, no solo somos dignos, sino que reconocemos dignos a los demás.

Aunque la policía haya asesinado personas por haber roto el conjuro de la individualidad; hayan sacado ojos a quienes trataron de mirar; y mantienen presos a quienes quisieron gritarlo al mundo. No está en el poder de nadie otorgarnos una dignidad, ni quitárnosla ni arrendárnosla en cuotas con interés, como probablemente ya deben estar sobre sus escritorios buscando una fórmula ante el aumento brusco de la demanda.

En los siete años que llevo trabajando en la Furia del Libro he visto editoriales que han crecido mucho. De varias conozco su historia y maneras de funcionar. Hay gente muy buena llevando adelante intentos de negocios para poder vivir de su trabajo. Exportando, importando, tratando de darle aire a una industria que podría haberse desinflado en el primer fracaso comercial. También están las editoriales que optan por mantenerse pequeñas, en busca de literatura muy especial, tirajes cortos, con libros que si persiguieran un retorno económico como primer objetivo quizás tampoco lo conseguirían. Esos proyectos que nos enamoran, que hacemos con tanto cuidado y concretamos con Furia, no por amor al arte, como se dice de manera despectiva, no por una quijotada, que también se usa en nuestra contra, sino por dignidad. Una obra de arte existirá en el mundo por sobre el valor que el mercado le da, porque nunca será ese su verdadero valor.

Las pantallas nos dominan. Las relaciones por whatsapp ya nos tenían espantados por ser pragmáticas, sin saludos ni despedidas, solo mensajes que iban a lo evidente y necesario. Ahora con zoom nos dimos cuenta de que whatsapp era un juego. Estábamos recién en el umbral de la digitalización y la nueva relación es ver caras en cuadraditos, reuniones sin presencia de personas, corporeidades ficticias que se manifiestan en mi propio hogar para satisfacerme con lo que necesito de ellas y luego al fin desconectarlas. ¿Cómo despertar la dignidad de esas relaciones ficticias?

Por todo lo anterior insistimos en que el espacio de la Furia del Libro, más bien el espacio de las editoriales y artistas que participan de ella, debía abrirse a como dé lugar. No podemos perder los puentes donde nos encontramos. Tenemos que devolvernos lo que la extrema digitalización nos está quitando.

Íbamos a filmar las presentaciones para naturalizar nuestras conversas, pero se triangularon de pronto el eclipse y la navidad con una fase 2 que nos dio un golpe en la cabeza. Afortunadamente hay un enjambre de ciclistas que llevarán los libros a los lectores sin que ningún checkpoint pueda detenerlos. El delivery hoy es un rubro esencial (aunque es surreal la lista de rubros esenciales en los permisos de la comisaría virtual).

Conversaremos de literatura y de nuestro futuro, pero por los cuadraditos; justo lo que queríamos evitar. Peor sería quedarnos encerrados y callados, histéricos e irreflexivos, sin la posibilidad de vernos y de recordar que somos dignos, que existimos juntos y que si nos volvemos a encontrar va a ser por afecto.

Agradezco en primera instancia a las 114 editoriales que se inscribieron en esta edición de la Furia del Libro a pesar de la rareza que es para todos hacerla así. Sin ustedes no habría nada.

Agradezco a GAM, por su apoyo incondicional desde hace casi diez años para sacar adelante el evento contra viento y pandemia (y el año pasado contra represión policial). Sin ustedes tampoco sería esto posible.

Agradezco a los autores y presentadores que participarán de la parrilla política y cultural de la Furia del Libro. Sin ustedes ningún libro existiría.

Y agradezco a los miles de lectores que nos visitan cada año, que sienten hambre de cosas nuevas y que, espero, paseen el fin de semana por nuestro sitio web como el único panorama que en cuarentena podríamos ofrecer. Sin ustedes, lectores, no habría mundo.

Agradezco al equipo de la Furia que confundidos estuvimos trabajando a toda máquina y a nuestros media partners Súbela Radio y Pousta que nos difunden en sus diferentes canales.

Y sin perder independencia voy a agradecer al Ministerio de las Culturas, no por su mentada reacción en la pandemia, o por estar subyugado a otras áreas que al ministerio le parecen más importantes que sí mismo; tampoco lo menciono por pertenecer a un gobierno que nos ha respondido con violencia y privilegia lo que sabemos que privilegia; lo hago porque parte de ese Ministerio son personas también dignas que repudian lo que hace la institución donde trabajan. Agradezco por eso a las personas que ayudaron desde allá adentro a financiar esta feria para que el costo de participación sea simbólico y un impulso más a todo lo que tiene que venir.

Estamos con Nano Stern, quien publicó un libro recientemente con sus décimas del estallido. Qué bueno tenerte entre nosotros, Nano. El micrófono es tuyo.

Que haya Furia, gracias a todos ustedes.

 

Simón Ergas, director de La Furia del Libro

Discurso inaugural de La Furia del Libro 2020

 

* Mural: Lolo Góngora

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